Beatriz De la Vega, Socia de Tax Advisory y Líder de Energía & Recursos Naturales de KPMG en Perú
América Latina y, en particular, los países que conforman el cono sur de esta región se destacan a nivel global por su potencial para la producción de energías renovables. De acuerdo con la Agencia Internacional de Energías Renovables (IRENA, por sus siglas en inglés), la región ha sido testigo de un crecimiento sin precedente en la capacidad instalada de generación con este tipo de fuentes en los últimos diez años (+60 % entre 2010 y 2020), y con una participación creciente de fuentes distintas a la hidroeléctrica, tales como biomasa, solar y eólica, que por su abundancia y costos decrecientes están ganando espacios en la oferta de generación de la región.
En este escenario, el hidrógeno bajo en carbono, especialmente el ‘verde’, es decir aquel que es producido mediante el uso de fuentes de energía renovable; está en crecimiento y atrayendo la atención, sobre todo a raíz del potencial de largo plazo que América Latina tendría para producir y exportar de manera competitiva grandes volúmenes de este producto a futuro.
La Agencia Internacional de Energía (IEA, por sus siglas en inglés) precisa -en un informe realizado para América Latina (IEA, 2021)1 que actualmente más del 90 % de la producción latinoamericana de hidrógeno proviene de los combustibles fósiles y del uso de tecnologías que no capturan o almacenan las emisiones de CO2 (hidrógeno gris).
En tal sentido, para reducir el nivel de emisiones de CO2 y convertirse en una fuente de energía sostenible, es necesario reducir el dióxido de carbono remanente incorporando métodos de captura y almacenamiento de carbono (hidrógeno azul). Por ejemplo, en Perú la planta industrial de Cachimayo -que opera desde 1965 y cuenta con una capacidad de 25MW– sigue siendo, hasta el momento, una de las más importantes a nivel global. Recientemente se han anunciados sinergias con Engie para la producción de amonio verde en esta planta.
Según un informe elaborado por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID, 2021), existen al menos cuatros elementos que explicarían las perspectivas de crecimiento del hidrógeno bajo en carbono. En primer lugar, la necesidad latente de contar con una tecnología que permita electrificar aquellos sectores que resultan difíciles de incluir en el proceso de descarbonización.
En ese sentido, el hidrógeno bajo en carbono podría ser una parte de la solución, particularmente en sectores altamente contaminantes como el transporte y la industria (especialmente en la química, metalúrgica y en las refinerías) que, junto a la generación de energía, producen la mayor parte de las emisiones anuales de CO2.
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