Tras los anuncios hechos durante la reciente realización de Perumin, en Arequipa, todo indica que la ‘primera piedra’ para la construcción del primer clúster minero peruano, por fin, ha sido puesta. Y que lo que era solo un recurrente deseo de diversos actores de la industria minera del país, enunciado durante largos años, se convertirá, por fin, en realidad. Ante esto, no obstante, cabe preguntarse: ¿cuánto se ha avanzado en ese objetivo y qué se requiere para concretarlo plenamente? Aquí las respuestas a estas y otras interrogantes sobre el tema.
Como ocurre con muchas de las tareas pendientes que se tienen en el país, en casi todos sus sectores productivos, en minería ha habido desde siempre acuerdo unánime, entre sus principales actores, respecto a la necesidad de construir clústeres al interior de esta industria.
De hecho, su utilidad y eficiencia –además de su probado éxito en otros países mineros–, hacían de ese objetivo una necesidad. Pese a ello, sin embargo, ha habido siempre diversos factores que han operado como obstáculos –a veces insalvables– para atenderla.
Por esas circunstancias, los anuncios hechos hace unas semanas durante el desarrollo de Perumin, pueden ser considerados como trascendentales.
Y es que la cita sirvió como escenario para la suscripción de un convenio entre el Banco de Desarrollo de América Latina (CAF) y la Cámara de Comercio e Industria de Arequipa (CCIA) para constituir el primer clúster minero del Perú –que estará ubicado en la zona sur–, lo que claramente representa el primer gran paso para hacer realidad lo que hasta ahora había sido solo un sueño.
La importancia de ese anuncio, además, es mayor porque el acuerdo para materializar ese objetivo no parte de cero, sino de una base más que concreta: la declaración explícita de Hudbay, Anglo American, Sociedad Minera Cerro Verde y Southern Copper –los productores cupríferos más grandes de Cusco, Moquegua, Arequipa y Tacna, respectivamente–, no solo de su acuerdo con ese objetivo sino de su compromiso para convertirse en partícipes activos de esa iniciativa para conseguirlo.
ANTECEDENTES
Pero si bien tales hechos son el primer paso concreto en el camino de comenzar a construir un modelo de clúster minero en el Perú, ellos son el resultado de numerosos esfuerzos –no exentos de debate– que han servido como antecedente y fase de preparación en el tiempo para lo que finalmente se ha logrado en Arequipa.
Así, remontándonos en el tiempo, podríamos decir que los primeros esfuerzos concretos por poner el tema en la agenda de tareas del sector minero del país comenzaron hace poco más de una década, bajo el impulso del crecimiento y el inédito dinamismo que había comenzado a mostrar la minería peruana.
Fue ese factor, sumado al impacto concreto que la actividad comenzó a registrar en el crecimiento y desarrollo de diversas regiones, lo que contribuyó a que los actores del sector comenzaran a plantear la necesidad de forjar nuevos sistemas de gestión integral para potenciar su funcionamiento, productividad y eficiencia, hecho que derivó en propuestas diversas para adoptar en el país el modelo de clústeres mineros que ya operaban con éxito en países mineros como Australia o Canadá.
DÓNDE: ¿NORTE, CENTRO O SUR?
En el debate sobre la construcción futura de un clúster en el Perú, una de las interrogantes más frecuentes ha sido la definición de su ubicación. Y es que, teniendo el Perú –a diferencia de otros países– una industria minera extendida en casi todas sus regiones, esa pregunta tenía –y tiene hoy– más de una respuesta.
Prueba de ello es que, a inicios de los años 2000, por ejemplo, la que se presentaba como la mejor alternativa para su ubicación era la zona norte del país, y más concretamente La Libertad.
Al respecto, cabe destacar que la región albergaba no solo un grupo de importantes operaciones mineras, sino un conjunto de proyectos medianos cuyo desarrollo previsto vaticinaban su conversión futura en el gran polo minero del Perú. Su condición de ciudad costera –con la proyectada ampliación del puerto de Salaverry– y con una moderna infraestructura vial, se sumaban como ventaja.
La propuesta se sustentaba, igualmente, en su cercanía geográfica con Cajamarca, región en que no solo operaba Yanacocha, entonces mina símbolo de la minería peruana, sino otros grandes proyectos auríferos cuya materialización futura –y segura, entonces– abonaban la propuesta.
Al respecto, cabe anotar que en el 2010 Cajamarca ostentaba, según participación regional, el segundo lugar la cartera de proyectos mineros (17.95%), posición que la ubicaba solo por debajo de Apurímac (19.75%) y por encima incluso de Arequipa (14.71%).
Pero esa, sin embargo, no era la única opción. Estaban también las zonas centro y sur, donde operaban –y lo hacen hasta hoy– minas multimetálicas que han aportado decisiva y sostenidamente a la producción y dinamismo del sector minero peruano durante décadas.
En el primer caso, la que se presentaba como principal opción de ubicación de un potencial clúster minero era la región Junín. La razón era simple, ya que además de comprender en su territorio a un conjunto de operaciones mineras importantes –además de proyectos futuros–, su emplazamiento geográfico representaba una ventaja estratégica clave porque facilitaba la integración logística con otras regiones –Cerro de Pasco, Huánuco y Huancavelica– que poseían sus mismos atributos.
Similar era el caso de Arequipa para su ubicación en la zona sur, cuidad que integraba las ventajas logísticas no solo de ciudad costera desarrollada –con vías de transporte eficientes y la ampliación del puerto de Matarani como proyecto altamente factible–, sino también una ubicación estratégica ideal para atender las necesidades de grandes operaciones y proyectos mineros que existían –y existen– en regiones aledañas como Moquegua, Apurímac, Cusco, Tacna y Moquegua.
EL PESO DE LA REALIDAD
Pese a la existencia de las tres alternativas, sin embargo, fue la realidad de la evolución de las operaciones y proyectos, en cada una de esas zonas, la que con el tiempo impuso su peso en la decisión final del lugar dónde podría ubicarse el primer clúster minero en el país.
Así, la opción inicial de La Libertad comenzó a quedar relegada por dos factores: los relacionados con el desempeño en el mercado de las actividades mineras que contenía –principalmente auríferas, las que comenzaron a mostrar una sostenida declinación por efecto de los altibajos de los precios internacionales del oro a raíz de las crisis financieras–; a los se sumaron las postergaciones, suspensiones y cancelaciones de proyectos –principalmente en Cajamarca, pero también en La libertad– como resultado de conflictos sociales. Baste citar como ejemplos emblemáticos los casos de Cerro Quilish o Conga.
Por su parte, la alternativa de Junín para la ubicación de un clúster minero en el centro del país, fue perdiendo potencia por los mismos motivos: decaimiento del dinamismo de la minería aurífera, a la que se dedican sus principales operaciones; así como la carencia de nuevos proyectos mineros.
En este caso, no obstante, a esas limitantes se sumaron otras dos decisivas: en primer lugar, las de carácter logístico ya que, a diferencia de las otras alternativas, esta región carecía –y carece aún hoy– de la infraestructura vial adecuada, condición mínima básica necesaria para el funcionamiento de un sistema complejo como el de un clúster.
Pero, en segundo lugar, a ellas se sumaron otras falencias de carácter económico e institucional relacionadas con actividades que sirven como complemento fundamental para la operación de un clúster, como no contar con un conglomerado de proveedores preparados para atender las demandas del sector, o carecer de instituciones de formación profesional, técnica e innovación tecnológica.
No obstante, al mismo tiempo y en el mismo periodo en que disminuían las posibilidades de esas dos alternativas para albergar el clúster minero, las de la zona sur, concretamente la ciudad de Arequipa, crecían y se potenciaban sostenidamente.
Y lo hicieron al punto de que hoy no solo existe unanimidad respecto a que Arequipa concentra el conjunto de condiciones idóneas básicas para albergar un clúster minero, sino que como ocurrió en Perumin se han dos pasos fundamentales: el acuerdo de actores determinantes del sector explícitamente comprometidos con el objetivo de construirlo, y un plan concreto para lograrlo.
AREQUIPA: LA CIUDAD ELEGIDA
Las razones que sustentan la elección de Arequipa para el desarrollo de este proyecto son varias. La principal de ellas, sin embargo, es que, a decir de Luis Rivera, presidente del Instituto de Ingenieros de Minas del Perú (IIMP), esa región “mantiene una importante cartera de proyectos mineros, principalmente de cobre, que son claves para el crecimiento económico del país”.
Pero a ese argumento se suman otros de igual importancia, como el hecho de que, como agregó Rivera, “Arequipa actualmente no solo es el núcleo de la zona sur del país, sino que también es la región que más creció en el Perú en los últimos años producto de la expansión de operaciones como Cerro Verde, Las Bambas (Apurímac) y Constancia (Cusco), que mantienen una influencia importante en ella”.
Y esa influencia será mayor a futuro porque, como detalla el ejecutivo, “en este corredor se espera el inicio de la construcción de proyectos como Tía María, Pampas de Pongo y Zafranal entre el 2019 y 2020, lo que activará también otros interesantes emprendimientos en regiones del sur”.
Por lo demás, “Arequipa cuenta hoy con una industria metalmecánica de exportación de primer nivel que suministra equipos a la industria minera nacional, y asimismo viene trabajando en la creación del primer Centro Internacional de Investigación Minera, impulsado por la Universidad Nacional de San Agustín (UNSA) de Arequipa, socio estratégico del IIMP”, anotó.
Esa base de recursos le permitió a Rivera concluir que “esta iniciativa permitirá el desarrollo de bienes y servicios innovadores que atiendan la demanda del sector en la Macro Región Sur”.
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