Según la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE), invertir en infraestructura potenciaría los bajos niveles de productividad y competitividad del Perú. La escasa diversidad productiva cierra las puertas a más mercados internos y externos. Y la industria minera no es ajena a esta realidad. Más aun considerando que ésta se desarrolla en zonas remotas del país.
Según el Foro Económico Mundial, en el 2015 el Perú se ubicó en el puesto 89 –de 140 países– en calidad de infraestructura a nivel mundial. Los expertos aseguran que invertir en acceso y calidad de agua y desagüe, energía eléctrica, así como reducir los costos del transporte a través de mejores carreteras, puertos y aeropuertos, y potenciar las condiciones de la tecnología para la innovación, aportaría a ‘nivelar la cancha’ de la productividad y competitividad del país.
Y por el contrario, la persistencia una realidad marcada por estas falencias desencadena una serie de conflictos sociales en las zonas más desatendidas en las que, por lo general, se desarrollan proyectos mineros.
Para nadie es un secreto que el sector minero, históricamente, ha asumido las funciones del Estado, generalmente ausente en las localidades donde opera. Pero también es cierto que con la llegada de un proyecto minero se abren las posibilidades de desarrollo para las comunidades aledañas a él.
Ese punto de unión entre esos dos escenarios es, para entrar en el tema de este informe, las obras de infraestructura. Y es que, para las comunidades y para la percepción pública general, no hay otra señal más importante para identificar el ‘progreso’ que aporta la inversión minera en una localidad que la construcción de infraestructura energética (redes de electricidad y centrales de generación), educativa (colegios), de salud (postas médicas o centros de salud) o de transporte (caminos y carreteras).
Pero la demanda de infraestructura es, también, generada por los propios proyectos mineros, cada uno de los cuales es diferente fundamentalmente porque depende de algo que es único: la naturaleza.
De hecho, es este factor el que determina dónde se encuentra el mineral en un yacimiento minero, cuál es su ubicación y qué cantidades alberga. Y, como consecuencia, son estos elementos los que determinan cómo se encuentran los recursos y qué tan concentrados o diseminados geográficamente están.
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